martes, 19 de mayo de 2009

Algunas personas se ahogan...


Llegué a orillas del río y encontré un montón de gente nadando contra la corriente. Me asombré de que realizaran una competencia con la corriente en contra porque muchos salían del agua cansados de bracear sin ni siquiera haber pasado el punto de partida. "Es el viento" dijo alguien. Si era solo el viento mi suerte podía cambiar.
Yo había ido simplemente a sacar unas fotos a un río que no conocía y la casualidad (que "es amiga de lo imposible" como decía mi viejo) me había hecho llegar minutos antes de la largada de aquella prueba de aguas abiertas. Era en Colón. Las aguas marrones-rojizas del Paraná me hipnotizaban y encontrándome con mi viejo entrenador le decía: "Que pena que no me traje la malla". Él se iba y volvía con un bolso (más casualidad: ¡era el mío!) mientras decía: -"Siempre voy a estar preparado para que vuelvas. Sabés que te necesitamos".
Me hubiera gustado responderle que meses atrás él mismo había elegido apostar por alguien más necesario y que no era yo la que había renunciado sino que había dejado de luchar por un lugar que no tenía. Pero a decir verdad, el lugar lo tenía, aunque era un lugar muy enfermo. Lo que en un principio había sido "causa de deseo" se había convertido en "la causa" de otra cosa o mejor dicho, la causa de otro y no la mía. Demasiadas palabras que se enredan...
Ahogué mis pensamientos una vez más y me vestí rápido la malla; probé entre mis gorras la más cómoda y busqué entre mis antiparras, las mejores. Llegué a la largada con mis zapatos de taco negros (pensar que siempre sueño que voy al trabajo en ojotas) y revolviendo todavía en busca de mis antiparras.
El viento paraba y la corriente en contra se convertía es una ausencia total de movimiento en las aguas. Y entonces me animé a preguntar: -¿cuántos metros son? - 14 km! me respondió una competidora.
Me detuve a reflexionar: ¿será mejor nadar contra la corriente y poder justificar mis fallos en las condiciones de la naturaleza o desafiar a las aguas quietas sabiendo que solo mi cuerpo y mi mente pueden determinar mi avance?
Mientras veía el agua quieta y me sacaba los zapatos el clima se enrareció. El aire se tornó pesado, la atmósfera se volvió marrón, como filtrada en tono sepia y unas nubes oscuras desataron un corriente cálida que empezó a mover las aguas del río hacia la lejana meta.
Entonces alguién me sacudió... -Apurate que ya salieron! Todavía no había encontrado mis antiparras y las que agarré en ese loco frenesí eran las peores...
(me va a entrar agua! me va a entrar agua!)
Me tiré corriendo al río y empecé a bracear. Me costó coordinar la respiración hacia el frente. Mientras mis pulmones se estremecían como en espasmos, que pasaba a un nadador y me sentí tranquila: -Ya no soy la última!
Mis pulmones se relajaron y mi cuerpo se sincronizó perfectamente con la corriente. Avancé velozmente por el cálido río, rozando las hojas de los sauces de la rivera. Me sentía tan bien! Extrañaba tanto esa sensación de ser una con el agua y estar conectada con el universo mismo.
En la calidez del agua que me mecía mientras nadaba me fui adormeciendo, hasta que me di cuenta que ya no veía. -Tengo que limpiar mis antiparras - me dije - se me empañaron demasiado.
Pero al sacármelas descubrí la oscuridad de mi habitación y al mismo tiempo recordé una frase de "El Cuerpo" de Stephen King que había estado releyendo en la semana: "Y eso era todo. Sucede. Los amigos entran y salen de tu vida como ayudantes de camarero en un restaurante ¿no te has fijado nunca? Pero cuando pienso en aquel sueño, los cadáveres tirando de mí implacablemente bajo el agua, me parece bien que así sea. Algunos se ahogan, eso es todo. No es justo, pero sucede. Algunas personas se ahogan."

lunes, 18 de mayo de 2009

Del Mar...

El Mar

Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.



¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento
y antiguo ser que roe los pilares
de la tierra y es uno y muchos mares
y abismo y resplandor y azar y viento?


Quien lo mira lo ve por vez primera,
siempre. Con el asombro que las cosas
elementales dejan, las hermosas
tardes, la luna, el fuego de una hoguera.
¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.

Jorge Luis Borges

Fotografías: Clark Little