martes, 9 de noviembre de 2010

Maratón Acuática Baradero 2010 - No hay dos sin tres...

Hace 3 años luego de una mezcla de sensaciones y sentimientos (ver: Maratón Acuática Baradero 2007 - Un Baradero más...) juré que nunca más iba a nadar en Baradero.

Hace 2 días rompí ese juramento. ¿Por qué? Todavía no lo sé muy bien.

Quizás porque necesitaba un motivo para no abandonar el agua, o mejor dicho, para volver a ella.
Quizás porque cada competencia (ya sea en pileta, o en aguas abiertas) es para mí como una montaña rusa, a la cual me subo con miedo, y hace estallar mi corazón de adrenalina, que me hace llorar y reír con locura al mismo tiempo, y que hace que piense que es la última vez, que
nunca más me voy a exponer a semejante riesgo, que nunca más quiero sentir mi cuerpo al borde de la caída; sin embargo, cuando el recorrido termina y el carrito se detiene surgen en mí unas ganas desenfrenadas de volver a subirme y volver a sentir esa experiencia increíble.
Quizás, porque viví caídas mucho mas trágicas que la de una montaña rusa y esta última por lo menos me hace disfrutar del "vuelo" en las bajadas...
O quizás simplemente, porque quería sentirme viva, aunque eso implique sentir frío, soledad, cansancio y hasta arrepentimiento.
Lo cierto es que este sábado me fui para Baradero, y mientras salía de mi casa con esa maldita sensación neurótica de olvidar algo, hacía el recuento mental donde lo esencial estaba en el bolso: malla, gorra y antiparras... ('lo demás no importa', me repetía a mí misma)

Y ahora que lo escribo, creo que es esa simplicidad la que me hace volver a cada pileta, a cada río, a cada posible encuentro con el agua: que todo lo que importa radica en esas 3 cosas: malla, gorra y antiparras... [ojalá en otros aspectos de la vida fuera tan fácil y tan concreto]

Sé nadar hace nada menos que 33 años y eso también se resume en 3 cosas básicas e infaltables: bracear, patalear y respirar. Y cuando lo básico está automatizado por la experiencia, lo que resta es dejarse llevar...

Una semana atrás estuvimos con unos amigos en la costa de Baradero luego de una importante tormenta y después de quedar atascados en el camino y de sacar kilos y kilos de barro de las ruedas de nuestro medio de transporte, entre risas y fotos, me puse a hacer un monolito de barro, pidiéndo, o suplicando internamente, que a la semana siguiente no hiciera frío.
Parece que a la Pacha Mama le gustó mi ofrenda, así que, este fin de semana, luego de una noche tormentosa (para mis músculos y huesos) dentro de la carpa (en mi debút campamentístico), el domingo amaneció increíblemente radiante.
El pronóstico del clima aseguraba 32ºC pero se quedó corto...
El río estaba espléndido, lleno de peces que saltaban por todos lados y marcaban la corriente, que podía no ser mucha, pero corría, y es lo que importa...
A la hora de la carrera se sumó un lindo viento en dirección a la meta y recordé un sueño que tuve hace mucho (ver: Algunas personas se ahogan)
Me reencontré con unas amigas de mis épocas competitivas y eso me reconfortó, porque cuando uno pierde algo parece recortar la realidad alredor de la pérdida y deja por fuera todo lo que no se va con lo perdido. Hay personas que no se ahogan (haciendo referencia al sueño mencionado anteriormente) y es bueno recordar y valorar esa parte de la realidad también.

Y así, en medio de charlas y sensaciones, de nuevos y viejos amigos, dieron la señal de la partida del grupo de Elite y me vi ajustándome las antiparras y mojándome la cara a orillas del río, y escuché la señal, y dí un par de pasos en el barro, y luego un par de brazadas y luché otra vez contra mis pulmones que se negaban a largar el aire bajo el agua, y nadé unos 300 metros (otra vez) con la cabeza afuera sin poder controlar la respiración. Me forcé a hundirme (pensando en la increíble lucha del cuerpo contra la mente y viceversa) y solté todo el aire el agua fría, y creí que me ahogaba, ahí, a solo unos metros de la partida, pero sobreviví (una vez más). Tomé una bocanada de aire, dí un par de brazadas de pecho, me preguntaron desde un bote cómo estaba y respondí: "Sí, Sí, todo bien!" y les levanté el pulgar. (por dentro me puteé por haber mentido tan descaradamente, pero la verdad era demasiado brutal: falta de aire, dolor abdominal, dolor lumbar, dedos de los pies acalambrados, pánico generalizado, jajajaj, como para internarme nomás)

Y entonces mi neurosis obsesiva me salvó (pobre de mí si fuera histérica), porque los pensamientos se ocuparon de no darle lugar a lo corporal. Y el cuerpo cedió un poco en su insistencia. Pero claro, que no todo lo que brilla es oro, y la salvación de unos metros fue un pesado anclaje metros adelante, cuando los benditos campings que señalaban el 1º kilómetro no llegaban y los pensamientos se tornaban un poco oscuros. Y pensé que nadie tenía la culpa de nada, solo era la falta de entrenamiento y los Marlboro (mis auspiciantes deportivos exclusivos).

Luego, llegaron los campings y llegó el puerto. Y en medio del gentío que miraba curioso y alentaba a esos locos que estaban en el agua, reconocí dos siluetas amigas, Javier y Nahuel, los saludé desde el río, y al responder mi saludo fue como si me dieran una dosis EV (endovenosa) de energía. Así que pensé, como años, "hay que bracear, hay que patalear, y nunca parar de respirar, hay que bracear, hay que patalear, la costa va a llegar..." (ver: Agua Viva)

Y luego de un rato, de un largo rato, un sin fin de pensamientos (tales como: "no se puede hacer algo así sin entrenar", "mi única meta es llegar", ó "y si paro les pregunto cuánto falta?) se asomaron en el horizonte los arcos triunfales que indicaban la llegada. Y llegué, arrastrándome en la arena (no literarmente pero casi, porque la salida era bastante empinada y no muy firme que digamos) y charlé con las chicas que llegaron adelante mío y con las que hicimos gran parte del trayecto juntas, y entregué mi chip y saludé gente y me hidraté y saludé a Laura y Cecilia que ya estaban en la meta y esperé que llegara César y juntitos los 4 nos subimos al camión y fuimos al encuentro con nuestros amigo y familiares y almorzamos (y debo confesar que a pesar de todo lo que pensé en 1 hora de nado, me fumé un pucho, y mates de por medio nos fuimos a esperar la premiación.

El podio esta vez no fue sorpresa, porque conozco el río y mis posibilidades, pero dadas las condiciones en las que nadé (después de estar 2 años parada y fumando un atado por día) la medalla que más valoro es la de Finisher.

Y hablando de finales, mejor que esta nota termine porque ya es demasiado larga (casi tanto como la Maratón)

Mi conclusión final: "el agua fortalece el alma", no se olviden nunca de esto, porque es algo que va más allá del estado físico (que obviamente hay que cuidar) y de los entrenamientos (que obviamente mejorarían la performance y los resultados). Es algo que se siente (y que obviamente, hay que "permitirse" sentir)

Nota: Pueden ver los resultados completos de la Maratón Acuática en Marítimo Producciones