Una vez más pasaron las aguas abiertas y recién hoy, más descansada y más abrigada, puedo ver la competencia desde otro lugar (uno un poco más cómodo)
Por distintas situaciones cotidianas y no tanto, la semana pasada fue una de las más duras del año. Intenté entrenar igual y ni eso pude hacer. Día a día el pronóstico del tiempo se iba modificando y lo que un día me daba esperanzas, al día siguiente me derrumbaba más.
El frío y la lluvia del sábado solo hicieron que la sensación de que la iba a pasar mal en Baradero se convirtiera en certeza (al mejor estilo delirante).
Porque en realidad, el frío que me preocupaba no era el del agua, ni el del clima, sino el que sentía muy dentro mío...
A las cinco sonó el despertador, mi cuerpo se levantó, se bañó, se puso la malla y salió con el bolso y la chocotorta en mano, pero mi corazón se quedó pegado en la almohada.
Hace tiempo había uno de esos powerpoint que llegan por cadenas de mails, (creo que se llamaba "el reflejo" o algo así) que contaba la historia de un perro que buscaba refugio en una habitación con mil espejos, donde al mover la cola y ladrar de alegría veía mil perritos que le respondían alegres; en cambio otro perro entraba, se sentía amenazado y al gruñir, solo recibía gruñidos. El domingo me sentía como ese perro gruñón, pero con el agregado de ser consciente de esa situación y no poder modificarla a pesar del esfuerzo (y sí, en casa de herrero, cuchillo de palo).
Además no hay forma más fácil de estar sola, que sentirse sola, para terminar aislándose y confirmando la soledad.
Llegamos a Baradero alrededor de las nueve y no paraba de temblar. Lo único que quería era tirarme al sol, porque mis piernas insistían en no querer sostenerse paradas.
A las 11 se fueron los chicos a nadar los 2 Km y en ese momento pensé, que si ellos eran tan valientes para meterse al agua a esa hora, yo tenía que serlo para intentarlo un par de horas mas tarde. El verlos esperando los camiones con alegría y entusiasmo a pesar de estar temblando fue lo que me hizo tomar la decisión de nadar igual sin importar las consecuencias...
Y si nadé fue porque mi equipo contaba con eso aunque yo me sintiera estúpidamente sola.
Me subí al barco temblando y ni bien zarpó me sentí mareada; malestar al que se sumó el frío insoportable a causa de la salpicadura de una de las motos acuáticas que acompañaban en la travesía.
Llegamos a la partida y después de todo lo anterior el agua parecía tibia. Claro que esa era el agua que me llegaba a los tobillos y no el agua de la corriente por la que tenía que nadar.
Y nadé. Nadé esperando que mi cuerpo entrara en calor (cosa que nunca logré) y hasta pataleé en varios tramos para evitar sentir los pies como dos adoquines que me llevaban al fondo. La mayor parte de la carrera la hice sola. Adelante me llevaban entre 20 y 30 metros y atrás no veía a nadie. Y seguí nadando. Nadé esperando ver el camping y cuando vi el camping, esperando la curva; y cuando llegó la curva esperando ver el barco y cuando llegó el barco, esperando ver a la gente. Y al ver a la gente me dije a mí misma llegué. Llegué y le gané a la desesperación, a la ansiedad, al frío, al dolor, a la soledad. Les gané a todos.
Eso pensé hasta que intenté pararme en la llegada y no podía. Me dieron una mano, me felicitaron, me preguntaron mi número de inscripción (que increíblemente recordaba) y me largaron sola por un vallado que recorrí tambaleando como una alcohólica. El frío, el mareo, el dolor y la soledad tomaron revancha y me abatieron nuevamente. (cada paso era como verlos reír mientras decían a coro ¿creíste que nos habías ganado?) Lo único que quería era tirarme al piso y llorar. Llorar y no parar de llorar. Obviamente nadie hubiera tendido semejante escena y entonces traté de resistir (hold on, hold on, tarareaba dentro mío).
Disimulé todo lo que pude pero sé que no soy buena actriz.
Llegó la entrega de premios y los organizadores dijeron que yo era la ganadora de mi categoría y después de todo lo relatado (y de todo lo que mejor ni cuento) no me lo esperaba ni un poquito. La sonrisa y el saludo de la foto fueron la forma de demostrar que esa medalla no era mía, se la habían ganado los que a pesar de los gruñidos se acercaron para ayudarme, para alentarme o simplemente para escucharme. A veces un simple abrazo es el mejor antídoto para la rabia. Y ese fue para mí el mejor premio del domingo...