La semana pasada ahogada en insignificancias fui espectadora única de una escena que me conmovió en lo más profundo del alma. Una familia muy pobre (abuela, madre, hija de 12, hijo de 10, bebe en brazos y la protagonista de apenas unos 3 años) todos muy flacos y muy perdidos caminando por Lavalle sin saber muy bien a dónde estaban. Muy probablemente vinieran del interior y fuera la primera vez que caminaban entre tanta gente indiferente y tanto ruido. La madre se da vuelta y le pregunta al varón por su hermanita: - No sé, por allá... - Bueno andá a buscarla.
Yo voy pasando y la veo saliendo de una zapatería, no medía más de medio metro pero su sonrisa era inmensa; la felicidad se acrecentaba al grito de: "Mirá mamá, mirá!!!" mientras en su pequeña manito dos monedas de 50 centavos parecía todo un tesoro. Pero la escena pasó y allá siguieron ellos caminando con su hambre y su pobreza, pero con la ilusión a flor de piel de que un peso cambiaría las cosas.
Ayer, volvía en el subte luego de ver Flandres en el curso de cine de Guillermo Hernández y de debatir sobre cuán animal puede ser el ser humano. Una película casi sin diálogos, sin palabras, con unos personajes perdidos en el campo de una aldea francesa o en el desierto en medio de una guerra que a la mayoría de los espectadores les parecían muy lejanos.
Se acercó a mí un vendedor de sahumerios y cuando me extendió el paquete yo le dije: "Hola" y su respuesta fue con una gran sonrisa: "Gracias por el saludo"; y me dejó pensando.
Hoy caminaba hacia la librería a comprar resmas para la oficina. Un vendedor de HBA: Hecho en Buenos Aires miraba la gente pasar indiferente sin siquiera poder ofrecer su producto; como si la marginalidad lo clavara contra la pared y le impidiera ocupar otro espacio en nuestra amada sociedad. Gasté más de $100 pesos en papel que en algún momento (ahora o en 10 años) se tirará a la basura. Cargada con las resmas saludé al vendedor y le pedí una revista. - Sale 3 pesos (le doy 4) - Ya le devuelvo (me dice) - No, téngalo (le respondo) y mirándome me dijo con una sonrisa apenas perceptible: "Se lo agradezco, porque realmente estamos mal, muy mal"
Y la verdad que sí, que estamos mal y casi nadie parece darse cuenta...
Tengo todo lo que necesito y a veces no puedo dejar de llorar y sin embargo muchos sonríen por un peso o un saludo.
Ahora, ojenadola revista (Hecho En Buenos Aires, Año 8 Nº 98 Agosto/Septiembre), encontré la reseña de un libro (que me compraré a la brevedad) con una frase que parece escrita para mí en estos días tan desolados:
Libro: El Imperativo del Agua de C.M. Pasquetti - Ed. Sigmur, Bs. As. 2008
"La realidad es caótica, múltiple. Solo en la literatura es posible armar sentidos. El imperativo del Agua narra el proceso de escritura como un proceso vital. La furia, la soledad, el agua, la paciencia, la espera, son pasos que marcan una historia construída con monólogos de sus personajes. La escritura como el agua es el lugar de amparo. Como el nadador de la novela dice: 'Volver al agua es como volver a casa. Podría estar en cualquier parte del mundo, ser un desconocido, un refugiado, un extraño perdido en medio de un idioma completamente ajeno, pero sé que al entrar en el agua esa sensación de desoladora incomodidad desaparece'."
3 comentarios:
Navegando por el ciberespacio acabo de descubrir este maravilloso blog, y veo entre otras cosas que la novela nombrada en este día es nada menos que mi novela, recién publicada. Comparto las reflexiones del / de los autor/es de este blog y me siento profundamente emocionada por ellas. He encontrado también en este blog un lugar. He sido nadadora amateur, sí, hace muchos años y esa actividad fue en gran parte la que me inspiró la escritura de El imperativo del agua. Un abrazo y gracias.
No puedo decir otra cosa que Gracias a Usted!
Es un elogio para mí que considere este humilde espacio y que comparta mis ideas, que más que ideas son sensaciones a flor de piel.
Sinceramente no lo puedo creer, y le aseguro que su comentario llega en el momento justo como un bote salvavidas en medio de un naufragio.
Un abrazo enorme y me alegra infinitamente que el agua nos una, será un placer leer El Imperativo...
Esta conexión, el agua redentora, las palabras justas dichas o escritas, los 50 centavos, una mano extendida para dar, todas esas pequeñas cosas pueden salvarnos del vacío y el sinsentido. Sigamos en contacto!
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