Con 36 años empezaría a contar desde los 6, cuando me fui del jardín de infantes, ese lugar mágico a donde uno quisiera volver todo el tiempo, a jugar, a aprender, a ensuciarse, a burlar y ser burlado sin necesidad de ir al diván por eso.
A los 7 me fui del barrio, vivíamos en un barrio pobre, ganamos la grande de Navidad en diciembre del '79, nos invitaron a "Almorzando con Mirta Legrand" en el viejo ATC, nos fuimos de vacaciones a Córdoba, cambiamos el Kaiser Carabela por un Renault 12 Break 0 Km y nos mudamos a 5 cuadras de la Escuela y a 1 cuadra de la Avenida principal de Wilde. Mis abuelos y mis padres siempre pensaron que había que vivir cerca de las paradas de colectivo de las líneas principales para poder moverse más fácilmente (claro está que en la época del tranvía ellos tenías que caminar 10 o 20 cuadras para alcanzar su recorrido, o directamente caminar 20 o 30 cuadras hasta la fábrica).
A los 13 dejé la escuela primaria y a los meses dejé de entrenar en Independiente (siendo una nadadora del montón mi prioridad fue seguir estudiando y dejar la natación profesional para aquellos que tenían potencial)
A los 18 dejé la escuela secundaria y a la par dejé mi equipo de natación amateur en el Juventud de Bernal.
A los 19 terminé el C.B.C. y a la par dejé el grupo de la Iglesia.
A los 29 años dejé el laburo (me echaron después de 10 años de rigurosa asistencia y excelente desempeño) y terminé la Facultad.
En todo ese recorrido debo haber conocido más de mil personas y debo haber sido amiga de al menos unas 300 y sin embargo, a los 36 años me sobran los dedos de las manos para contar a aquellos amigos que persisten. Y no solo que persisten, sino que acompañan, en las buenas y en las malas, igual que el núcleo familiar primario (en criollo, mi vieja y mi hermana).
Al principio cada separación y cada ida me resultaba dolorosa, insoportable y me quedaba esperando que alguien notara mi ausencia y corriera a buscarme.
Con los años y las desilusiones (y diván de por medio) me empecé a dar cuenta que no se trata de perder, se trata de fluir... las olas van y vienen, no se pierden, se mezclan, se relacionan, con unas que van, con otras que vuelven, se unen y se separan para seguir su camino, ya sea hacia la costa, ya sea mar adentro.
Al fin al cabo "nada permanece" "todo fluye" y como citó Platón a Heráclito "no se puede bañar uno dos veces en el mismo río", aunque la verdadera frase sea aún más exacta:
"ποταμοις τοις αυτοις εμβαινομεν τε και ουκ εμβαινομεν, ειμεν τε και ουκ ειμεν τε"
"En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos [los mismos]"
(párrafo extraído de Wikipedia)
(párrafo extraído de Wikipedia)
Ya no soy la misma y eso me alegra, me reconforta, porque cada ida implicó un crecimiento, una maduración. Pasamos por el mundo durante un lapso finito que no conocemos de antemano, porque aunque sabemos que se va a terminar, no sabemos cuándo. Puede ser hoy o en 40 años, da igual, estamos de paso y considero que son justamentes los pasos que damos, los que nos determinan. Los lugares, los grupos, las situaciones, están hechas para pasar, con mayor o menor provecho, con mas o menos aprendizaje, rescatando quizás una o dos personas en lugar de cientos... Los cientos podrán volver a cruzarse, como las olas en distintas direcciones, o como parte de ese río en el que somos distintos cada vez que entramos o no entramos.
En los últimos días dí un paso importante, que al comienzo lo pensé como un paso al costado, pero que con el pasar de los días y las olas desaparecidas se ha convertido en un paso adelante. Hacia dónde todavía no lo sé, las aguas del río lo dirán (Delfina ya saltó el arrecife en busca de la ola perfecta y hasta encontrarla seguirá simplemente surfeando en agua viva y transparente)...
1 comentario:
Muy agradable de leer tu texto, y así es: en una de esas olas de la vida nos cruzamos las dos, quién sabe el porqué de este encuentro en las aguas del ciberespacio por las que navegamos en los tiempos contemporáneos. Un abrazo!
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