Hace exactamente un año atrás, volvía al mundo de los torneos de Natación, con unos nervios terribles y la misma sensación que cuando dí mi examen final en la facultad.
La noche anterior al torneo habíamos celebrado la despedida de soltero de Pablo, nuestro entrenador. Después de dormir dos horitas, armé el bolso y partí hacia José Hernández para ver competir a mis compañeros federados. Fue una jornada larga y los logros del equipo fueron muchos. Una vez arriba del cubo de partida, cada uno se olvidaba del cansancio y ponía lo mejor de sí en la competencia. Yo los veía nadar y no lo podía creer.
Hasta ese momento me habían dicho que a mí me iba a ir muy bien y lo que yo veía en realidad, era que me iban a hacer pomada. La primer prueba de mujeres federadas eran los 400 combinados y si bien nadaron muy pocas yo las veía volar sobre el agua y de a poco me iba enterrando cada vez más en la silla con la intención de que me tragase la tierra y me ahorrara el bochorno.
Después, con las bromas de mis compañeros y con el paso de las horas me fui haciendo a la idea de que no había marcha atrás, que yo había tomado la decisión de participar y tenía que asumir la responsabilidad.
Terminó la competencia de los federados y los promocionales nos tiramos a ablandar. Recordé las tantas noches en que había soñado con volver a competir; eran sueños llenos de vitalidad, pero que al despertar me dejaban el sabor amargo de la irrealidad.
El 14 de mayo de 2006, en la Asociación José Hernandez, mi sueño se hacía realidad.
Pasadas las tres de la tarde y con esa mezcla de hambre, nervios y sueño, que suele ser como dinamita para el espíritu, empezaron las competencias...
Recuerdo el momento previo, esperando en la cabecera que llamaran a mi serie, preguntándole a Germán: ¿decime por qué estoy acá? ¿decime por qué la necesidad de sufrir así?, y él me respondió (por los nervios del momento no lo acuerdo exactamente) que nos gustaba nadar y en definitiva, competir era parte del show, por así decirlo. Yo me sonreí porque sentí que era como la montaña rusa, a la cual me encanta subir y me parece uno de los juegos más emocionantes que hay, pero de la cual me bajo llorando por el exceso de adrenalina (para los que me vieron alguna vez, es una imagen muy bizarra, porque me bajo llorando y me pongo en la fila para volver a subir).
Finalmente me llamaron. Volver a escuchar mi nombre por el parlante tuvo como un efecto anestésico y en ese instante los nervios pasaron a un segundo plano. En primer plano estaba la pileta, el agua y la voz que me ordenaba prepararme para la partida.
Finalmente llegó la señal, me tiré, nadé los 200 metros con la sensación de morir asfixiada en la siguiente brazada y viendo a mis compañeros alentarme desde el borde.
Y esa es otra sensación inolvidable: cuando alguien cree que vos lo podes hacer bien y te alienta para que lo consigas, para que no te sientas sola, para que sientas la fuerza de sus manos en cada brazada... Y en ese momento te das cuenta que la natación no es un deporte tan solitario como parece, y que cuando competís, no sos solo una nadadora, sino que nadás por y con todo tu equipo. Porque más allá de tu esfuerzo personal, te hace falta ese aliento para llegar a la meta; y porque el premio que obtenés adquiere mucho más valor cuando lo compartís con amigos.
En los 200 metros salí primera, y en los 50 pecho salí segunda. Las medallas fueron lindas, pero lo más lindo fue vivir nuevamente esa sensación (tan difícil de explicar), que implica volver a competir, siendo parte de un equipo... de un equipo maravilloso...
2 comentarios:
Vamos Miru Todavía!!! Sos una grande!!!
Grande Miruu!!
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