Faltaban unas pocas horas para que “nadador” se lanzara por enésima vez a las aguas marrones del Paraná, en ese momento sus amigos le preguntaron si esta era la última travesía que iba a realizar, no podía mentirles porque nunca lo había pensado y volvió a repetir la respuesta de siempre, es la penúltima. Y por si existieran dudas, hizo la broma de costumbre, no se preocupen ...voy a nadar hasta los cien años, hacía poco había cumplido 66, y la pregunta tenía su fundamento en este hecho irrefutable del paso de los años a los que él parecía no prestarle atención. Se mostraba sereno, conciente que más allá del lugar cronológico que ocupara este intento, sería el más duro de todos los que le había tocado enfrentar en su larga trayectoria de nadador, se había preparado durante meses y cumplido puntualmente el trabajo gris del entrenamiento, sin el cual es imposible abordar semejante empresa, su estado físico era excelente, nunca antes se había sentido tan bien, sin embargo en su fuero más íntimo sabía que esto sólo no bastaba, que había algo que era difícil resolver, ni siquiera los especialistas habían podido encontrar una respuesta adecuada, su cuerpo lo había experimentado en más de una ocasión, cuando transcurren las horas lo físico pasaba a un segundo plano, cuántas veces lo había charlado con otros nadadores, si hasta había dado lugar a acaloradas discusiones. Después de las diez horas de nado el cansancio llega inexorablemente, se comienzan a sentir dolores insospechados, unos pasan por momentos y se incorporan otros, internamente el físico resiste al esfuerzo y se instala una incomodidad que da lugar a una lucha que se mantiene presente durante toda la travesía. En ese cuadro de situación comienzan a surgir fenómenos síquicos muy difíciles de dimensionar y controlar porque están en la esfera de la conciencia y dependen de la mente, del corazón y de convicciones profundas de cada individuo que es quien necesariamente debe construir su propia defensa, de lo contrario sucumbe. En una travesía de más de cuarenta horas sobra el tiempo para pensar, y Nadador necesita volver a sus orígenes porque esos recuerdos reavivan sus fuerzas y lo alientan a seguir. Aprendió a nadar por la imperiosa necesidad de ganarse el sustento, así se había entablado esa relación primera con el agua que lo había signado para siempre, zambullidor avezado, capaz de andar varios minutos bajo el agua y arrancar del fondo de la laguna el blanco nácar de las conchillas, ahora que sus brazadas se hundían en el río milenario, comprendía esa fusión mágica con el agua. Allí, en el líquido elemento estaba su razón de ser, en esta lucha titánica que había emprendido se sentía contenido y protegido, el río era su más temible adversario pero al mismo tiempo su gran amigo, promotor de esta pasión que guardaba desde la niñez y que ahora rememoraba a cada instante. Veinte horas cuarenta minutos le marcaron con precisión desde el bote, se alimentó, acomodó sus antiparras y siguió nadando, su cabeza operaba como una computadora, el cálculo era casi exacto, había lanzado 72.600 brazadas y le faltaba otro tanto, en ese momento lo invadió un terrible malhumor y comenzó a maldecir una y otra vez el haberse lanzado a pelear al río.¿ Pero acaso no era su gran amigo, qué juego diabólico era este donde quemaba sus energías buscando alcanzar la meta que se había propuesto ?... nadie contesta...y se da cuenta que está solo. A medida que pasan las horas Nadador busca casi con desesperación romper la soledad y la monotonía del nado, hay que alimentar la mente y el espíritu, de lo contrario no hay fortaleza ni coraje para vencer. ¿Pero de dónde sacar el alimento capaz de llevar al hombre a despojarse de lo humano hasta negarse a sí mismo?¿De dónde sacar el plus esfuerzo que lo transporte a otra dimensión? ...tampoco hay respuesta... está sólo Nadador. Ya ha llegado la noche larga y oscura, la sombra de los montes le lanzan desde la costa figuras fantasmales que se reflejan en el agua y lo cubren totalmente hasta hacerle perder el sentido de la ubicación, nunca esperó con tantas ansias la llegada del día para que los rayos del sol calienten su cuerpo. Desde el bote sus amigos lo alientan y tratan de animarlo, pero no pueden mentirle, la advertencia es casi una imploración, se caen las piernas, estás nadando parado. Nadador sabe que eso es terrible, porque cuando ocurre el agua le llega a la boca y la respiración se hace difícil y penosa, además es una señal que ya conoce, porque lo que le sigue es el cansancio profundo que anula casi totalmente sus fuerzas y le impide mantener su cuerpo horizontal. La idea negativa de abandonar se comienza a cruzar una y otra vez por la cabeza, ha llegado el momento crucial, su físico está totalmente agotado, sólo en su mente está la salvación, hay que pensar en positivo, afirmarse en los grandes ejemplos, porque sólo ellos pueden ser el alimento espiritual que ayuden en este trance a mantener la lucha hasta vencer. Sólo los grandes espíritus templan al espíritu. En este momento, están todos convocados. En el bote hay algarabía, Nadador sale del abismo y vuelve a nadar a 64 brazadas por minuto, y sólo le falta una hora para tocar el punto de llegada, ¿de dónde han salido estas fuerzas que ahora lo empujan como un soplo mágico?¿qué misterio encierra la naturaleza humana?¿de dónde sale este empecinamiento del hombre por vencer y superarse?. Nadador sigue nadando, sus brazos son lanzados unos tras otros con una fuerza desconocida, es evidente que ya no está solo, ni tampoco es él.
En este punto exacto donde se confunde lo real con lo irreal es donde comienzo a encontrar el sentido de mi nado, ya estoy llegando a la meta, el tiempo se me vuelve inmenso y cada minuto es una eternidad. El lugar de llegada se mezcla en la mente con recuerdos y cosas queridas que ya no están pero que han quedado grabadas para toda la vida en lo más recóndito de mi conciencia, puedo ver a mi madre en una nube blanca aplaudiendo mi llegada, también a mi vieja abuela con su fe mística prendiéndole velas a sus santos adorados para que todo me vaya bien, veo todo tan nítido y tan cerca que me parece estar con ellos, los muertos viven entre los vivos y también nos ayudan. Estas sensaciones son tan fuertes que estoy casi obnubilado y quisiera quedarme así para siempre, sin embargo lo que prima en mi mente es llegar...llegar... esta idea bulle en mi cabeza hasta convertirse en una obsesión, de repente cambia todo, ya no veo a mis seres queridos y un intenso olor a flores frescas me hacen sentir ahora en un jardín multicolor tan grande como el río mismo, es la última brazada y el top de llegada me produce un gran alivio. Una sensación de euforia y de paz domina todo mi ser....en este momento me doy cuenta que he vencido.
Autor: Florencio Romero
(Ex Nadador de Aguas Abiertas - Raidista - Preparador de nadadores de Aguas Abiertas - Experimentado guía de Maratones como la Santa Fe - Coronda entre otras)
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